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Upper-class New York gentleman Newland Archer is set to wed May Welland in a picture-perfect union when the bride's cousin, Ellen Olenska, returns from a failed marriage overseas. As Newland endeavors to help Countess Olenska be reinstated into the family's good graces, his affections for her grow. Newland soon finds himself torn between his desire to conform to the society he knows and his new-found passion for the forbidden Countess.
The Age of Innocence was originally published in 1920 as a four-part series in Pictoral Review, then later that same year as Wharton's twelfth novel. It went on to win the 1921 Pulitzer Prize for Fiction, making Wharton the first woman to win the award. -
The House of Mirth is Edith Wharton's biting critique of New York's upper classes around the end of the 19th century. The novel follows socialite Lily Bart as she struggles to maintain a precarious position among her wealthy friends in the face of her own diminished finances and fading youth. Lily has resolved to gain social and financial security by marrying into wealth, but callous rivals and her own second thoughts undermine Lily's plans.
Wharton's insights into high society were largely built on her own experiences growing up among the upper crust, and her confident portrayal of a morally lax aristocracy found an eager audience. The novel sold over a hundred thousand copies within a few months of its release and became her first great success as a published author. -
Edith Wharton's controversial novel Summer is the story of Charity Royall, an ambitious young woman trapped in a stifling small town by both her gender and her social class. When a visiting stranger arrives in town, Charity is awakened to a wider world of possibilities and to the realities that constrain her.
Published in 1917, the novel was both attacked and ignored for openly acknowledging female sexuality and its many inequities. Later generations of critics have come to regard the book as an important turning point in Wharton's work and a spiritual companion to her classic novel, Ethan Frome. -
First published in 1913, this is the story of Undine Spragg. Undine's social and monetary aspirations show themselves early in her life, as she convinces her parents to move from their comfortable existence in the Midwest to New York City. There she throws herself into high society and finds her ambition and greed grow as she climbs the social ladder, all the while hoping to keep her checkered past hidden from view.
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La Sonnette de Madame : Une nouvelle d'Edith Wharton
Edith Wharton
- Culturea
- 22 Janvier 2023
- 9791041916641
Alice Hartley, se remet péniblement d'une typhoïde qui la laisse exsangue. Sa mine maladive et sa silhouette diaphane la desservent et inquiètent : personne ne veut d'elle à son service. Quand la chance tourne : elle décroche au bout du compte une place de femme de chambre et de dame de compagnie à Brympton Place sur les bords de l'Hudson. Madame est elle aussi chétive qu'elle, et incarne la gentillesse même. Monsieur, lui, est presque toujours absent et la domesticité a rapidement appris à redouter ses retours inopinés...Une nouvelle gothique dans la grande tradition.
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Selden se detuvo, sorprendido. En la aglomeración vespertina de la Estación Grand Central, sus ojos acababan de recrearse con la visión de la senorita Lily Bart. Era un lunes de principios de septiembre y volvia a su trabajo después de una apresurada visita al campo, pero ¿qué hacia la senorita Bart en la ciudad en aquella estación? Si la hubiera visto subir a un tren, podria haber deducido que se trasladaba de una a otra de las mansiones campestres que se disputaban su presencia al término de la temporada de Newport; pero su actitud vacilante le dejó perplejo. Estaba apartada de la multitud, mirandola pasar en dirección al andén o a la calle, y su aire de indecisión podia ocultar un propósito muy definido. El primer pensamiento de Selden fue que esperaba a alguien, y le extranó que la idea le sorprendiera. No habia novedades en torno a ella y, sin embargo, nunca podia verla sin sentir cierto interés: suscitarlo era una caracteristica de Lily Bart, asi como el hecho de que sus actos mas sencillos parecieran el resultado de complicadas intenciones. La curiosidad impulsó a Selden a desviarse de su camino hacia la puerta para acercarse a ella. Sabia que, si no queria ser vista, se las compondria para eludirle a él y le divertia poner a prueba su ingenio.
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La senora Spragg y su acompanante estaban entronizadas en grandes sillones dorados, en uno de los salones privados del Hotel Stentorian. A las habitaciones que ocupaban los Spragg se las conocia como una de las suites Looey, y las paredes del salón estaban parcialmente forradas de reluciente caoba, tapizadas con seda de damasco de color rosa salmón y decoradas con retratos ovales de Maria Antonieta y la princesa de Lamballe. En el centro de la alfombra de flores habia una mesa dorada con la superficie de ónice mexicano, que sostenia una palmera en un cesto igualmente dorado y adornado con un lazo rosa. A excepción de la palmera y un ejemplar de El perro de los Baskerville, la habitación no mostraba otros indicios de ocupación humana, y la actitud de la propia senora Spragg era de absoluta indiferencia, como una figura de cera en una vitrina. Su elegante indumentaria justificaba esta pose, al tiempo que su rostro, de mejillas palidas y suaves, con los parpados hinchados y la boca caida, recordaba al de una figura de cera semiderretida, a resultas de lo cual le hubiera salido aquella papada.
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Era una tarde de enero de comienzos de los anos setenta. Christine Nilsson cantaba Fausto en el teatro de la Academia de Música de Nueva York. Aunque ya habia rumores acerca de la construcción -a distancias metropolitanas bastante remotas, mas alla de la calle Cuarenta- de un nuevo Teatro de la Opera que competiria en suntuosidad y esplendor con los de las grandes capitales europeas, al público elegante aún le bastaba con llenar todos los inviernos los raidos palcos color rojo y dorado de la vieja y acogedora Academia. Los mas tradicionales le tenian carino precisamente por ser pequena e incómoda, lo que alejaba a los nuevos ricos a quienes Nueva York empezaba a temer, aunque, al mismo tiempo, le simpatizaban. Por su parte, los sentimentales se aferraban a la Academia por sus reminiscencias históricas, y a su vez los melómanos la adoraban por su excelente acústica, una cualidad tan problematica en salas construidas para escuchar música. Madame Nilsson debutaba alli ese invierno, y lo que la prensa acostumbraba a llamar un público excepcionalmente conocedor habia acudido a escucharla, atravesando las calles resbaladizas y llenas de nieve en berlinas particulares, espaciosos landós familiares, o en el humilde pero practico coupé Brown. Ir a la ópera en este último vehiculo era casi tan decoroso como hacerlo en carruaje propio; y retirarse de igual manera tenia la inmensa ventaja de permitir (con una alusión jocosa a los principios democraticos) trepar en el primer transporte Brown de la fila, en vez de esperar hasta que apareciera la nariz congelada por el frio y congestionada por el alcohol del cochero particular reluciendo bajo el pórtico del Teatro. Una de las mejores intuiciones del cochero de alquiler fue descubrir que los norteamericanos desean alejarse de sus diversiones aún con mayor prontitud que llegar a ellas
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Mientras el gran buque de pasaje flotaba entre un enjambre de remolcadores en la bahia de Argel, Martin Boyne contemplaba desde la cubierta de paseo el pelotón de pasajeros de primera clase que abarrotaban la pasarela, mirando arriba, ofreciendo inconscientemente el rostro a su observación.
«¡Ni un alma con quien me apetezca hablar... como siempre!» Ciertos hombres tenian una suerte increible en sus viajes. Les bastaba con subir a un tren o a un barco para encontrarse con un antiguo amigo o trabar amistad con alguien, lo cual era mucho mas emocionante. Siempre coincidian en el mismo compartimento o en el mismo camarote con alguna celebridad errante, con el propietario de una casa famosa, de una colección notoria o de una personalidad divertida y peculiar, siendo este último, claro esta, el caso mas infrecuente, por ser el mas reconfortante. -
Era el otono, después de haber pasado el tifus. Habia estado en el hospital, y cuando sali tenia un aspecto tan endeble y vacilante que las dos o tres damas a las que pedi trabajo no me aceptaron, por temor. Se me habia agotado casi todo el dinero, y después de vivir de la pensión durante dos meses, frecuentando agencias de colocaciones y escribiendo a todos los anuncios que me parecian respetables, casi perdi las esperanzas, porque el andar de un lado para otro no me habia permitido recuperar peso; asi que no veia cómo podia cambiar mi suerte. Pero cambió..., o asi lo crei yo entonces. Un dia me tropecé con una tal senora Railton, amiga de la senora que me habia traido a Estados Unidos, y me paró para saludarme; era de esas personas que hablan siempre con mucha familiaridad. Me preguntó qué me pasaba que estaba tan palida, y cuando se lo conté, dijo: -Vaya, Hartley; creo que tengo precisamente el puesto que necesitas. Ven manana a verme y hablaremos de esto.
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«El profesor Joslin, quien, como nuestros lectores bien saben, acomete la tarea de escribir la biografia de la senora Aubyn, nos pide que expongamos que contraera una deuda impagable con cualquier amigo de la famosa novelista que pueda proporcionarle información acerca del periodo anterior a su llegada a Inglaterra. La senora Aubyn tenia tan pocos amigos intimos y, en consecuencia, tan pocos corresponsales que, en el supuesto de que existieran cartas, éstas tendrian un valor muy especial. La dirección del profesor Joslin es: 10, Augusta Gardens, Kensington. Asimismo, nos ruega que digamos que devolvera con prontitud cualquier documento que se le confie». Glennard soltó el Spectator y se volvió hacia la chimenea. El club se estaba llenando, pero aún tenia para si la salita interior y sus ensombrecidas vistas al lluvioso paisaje de la Quinta Avenida. Todo era bastante gris y deprimente, aunque sólo hacia un instante que su aburrimiento se habia visto inesperadamente tenido por cierto renco al pensar que, tal como iban las cosas, puede que incluso tuviera que renunciar al despreciable privilegio de aburrirse entre esas cuatro paredes. No era tanto que el club le importara mucho como que la remota posibilidad de tener que renunciar a él representaba, en aquellos momentos, quiza por su insignificancia y lejania, el emblema de sus crecientes abnegaciones, de los continuos recortes que iban reduciendo gradualmente su existencia al mero hecho de mantenerse vivo. Dado que resultaban inútiles, tales cambios y privaciones no los podia considerar beneficiosos, y tenia la sensación de que, aunque se deshiciera de inmediato de lo superfluo, eso no implicaba que su despejado horizonte le ofreciera una visión mas nitida del único paisaje que merecia su atención. Y es que renunciar a algo para casarse con la mujer amada es mas dificil cuando llegamos a dicha conclusión por la fuerza.
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Kate Clephane despertó, como de costumbre, cuando un rayo del sol de la costa Azul cayó en diagonal sobre su cama. Eso era lo que mas le gustaba de la habitación estrecha y deslucida del hotel de tercera categoria, el hotel de Minorque et de l'Univers: que por la ventana se filtrase el sol de la manana y que ademas no lo hiciese demasiado temprano. Los amaneceres se habian acabado para Kate Clephane. Estaban ligados a demasiados placeres perdidos: al regreso a casa de fiestas en las que habia bailado hasta caer rendida, o de cenas en las que se habia demorado, contando las ganancias obtenidas (era maravilloso en los viejos tiempos la frecuencia con la que habia ganado, o sus amigos lo habian hecho por ella, tras apostar un luis solo por diversión, y habia terminado con las manos a rebosar de billetes de mil francos); estaban ligados, asimismo, a aquellas subidas por la pendiente a través de la penumbra gris cada vez mas clara del jardin, cuando los asaltaba la fragancia de los arbustos y se enredaban en las insidiosas espinas, hasta llegar a lo alto, a la villa encaramada en la roca recalentada y después en la puerta, a la sombra del Laurustinus con olor a miel, aquel beso inesperado (de verdad que si, inesperado, porque hacia tiempo que lo acordado era ser «solo amigos») y el intento de zafarse del brazo insistente, y la nueva presión sobre sus labios de otros lo bastante jóvenes para conservar la frescura tras una noche de beber y de jugar y de seguir bebiendo. Nunca habia permitido que Chris entrase con ella a esas horas, no, ni una sola vez, aunque en aquel momento no estuviese en la casa nadie mas que Julie, la cocinera, y Dios sabia que no era por falta de... Pero siempre habia tenido su orgullo: y eso era algo que la gente deberia tener presente antes de decir ciertas cosas de ella...
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En el viejo Nueva York de 1850 despuntaban unas cuantas familias cuyas vidas transcurrian en placida opulencia. Los Ralston eran una de ellas. Los enérgicos britanicos y los rubicundos y robustos holandeses se habian mezclado entre ellos dando lugar a una sociedad próspera, cauta y, pese a ello, boyante. Hacer las cosas a lo grande habia sido la maxima de aquel mundo tan previsor, erigido sobre la fortuna de banqueros, comerciantes de Indias, constructores y navieros. Aquellas gentes parsimoniosas y bien nutridas, a quienes los europeos tildaban de irritables y dispépticas solo porque los caprichos del clima les habian exonerado de carnes superfluas y afilado los nervios, vivian en una apacible molicie cuya superficie jamas se veia alterada por los sórdidos dramas que eventualmente se escenificaban entre las clases inferiores. Por aquellos dias, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodia inaudible. Los Ralston y sus ramificaciones ocupaban una de las areas mas extensas dentro de aquella sociedad compacta de barrios sólidamente construidos. Los Ralston pertenecian a la clase media de origen inglés. No habian llegado a las colonias para morir por un credo, sino para vivir de una cuenta bancaria. El resultado habia superado sus expectativas y su religión se habia tenido de éxito. El espiritu de compromiso que habia encumbrado a los Ralston encajaba a la perfección con una Iglesia de Inglaterra edulcorada que, bajo la conciliadora designación de Iglesia Episcopal de los Estados Unidos de América, suprimia las alusiones impúdicas de las ceremonias nupciales, omitia los pasajes conminatorios del Credo atanasiano y entendia mas decoroso rezar el padrenuestro dirigiéndose al Padre mediante el arcaizante pronombre «vos». Extensivo a todo el clan era el rechazo sistematico a las religiones incipientes y a la gente sin referencias. Institucionales hasta la médula, constituian el elemento conservador que sustenta a las sociedades emergentes como la flora marina sustenta la orilla del mar.
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From the New York Times review, October 31, 1920: THE publication of In Morocco, by Mrs. Wharton, is practically simultaneous with that of her most recent novel, The Age of Innocence. Both of these books add security to their author's position as one of the foremost contemporary writers of English prose. The one reveals her at her best as a constructive novelist: the other proves once more her exceptional power in translating color, line and form into the perfect verbal equivalents.
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"Embark on a captivating journey through the enchanting landscapes of Italy with Edith Wharton in 'Italian Villas and Their Gardens.' Penned in the early 20th century, this travel narrative offers readers an insightful exploration of the architectural marvels and lush gardens that adorn the Italian countryside.
As Wharton delves into the history, art, and horticulture of these villas, 'Italian Villas and Their Gardens' is more than a travelogue-it's a literary expedition that captures the timeless allure of Italy's cultural and natural beauty.
Join Wharton on this literary journey where each page unveils a new facet of Italian elegance, making 'Italian Villas and Their Gardens' an essential read for those captivated by tales of travel and the picturesque charm of Italy." -
"Artemis to Actaeon and Other Verses" by Edith Wharton is a collection of poetry that transcends the boundaries of the page, immersing readers in the timeless and evocative world crafted by the renowned novelist. Published in the early 20th century, Wharton's verses showcase a departure from her narrative prose, revealing a lyrical and introspective facet of her literary talent.
Within this collection, Wharton's poetic voice unfolds with grace and sophistication, offering readers a poetic journey that traverses classical mythology, human relationships, and the complexities of the human psyche. "Artemis to Actaeon" serves as a poetic dialogue between the goddess of the hunt and the ill-fated mortal, exploring themes of transformation and consequence.
Wharton's exploration of mythological narratives is not mere homage; it is a reimagining that breathes new life into age-old tales. The collection goes beyond myth, delving into the emotional landscapes of love, desire, and introspection. Each verse is a brushstroke on the canvas of human experience, inviting readers to contemplate the nuances of existence. -
UN soir de janvier 187..., Christine Nilsson chantait la Marguerite de Faust à l'Académie de Musique de New-York.
Il était déjà question de construire, - bien au loin dans la ville, plus haut même que la Quarantième rue, un nouvel Opéra, rival en richesses et en splendeur de ceux des grandes capitales européennes. Cependant, le monde élégant se plaisait encore à se rassembler, chaque hiver, dans les loges rouges et or quelque peu défraichies de l'accueillante et vieille Académie. Les sentimentaux y restaient attachés à cause des souvenirs du passé, les musiciens à cause de son excellente acoustique, une réussite toujours hasardeuse, et les traditionalistes y tenaient parce que, petite et incommode, elle éloignait, de ce fait même, les nouveaux riches dont New-York commençait à sentir à la fois l'attraction et le danger.
La rentrée de Mme Nilsson avait réuni ce que la presse quotidienne désignait déjà comme un brillant auditoire. Par les rues glissantes de verglas, les uns gagnaient l'Opéra dans leur coupé, les autres dans le spacieux landau familial, d'autres enfin dans des coupés « Brown, » plus modestes, mais plus commodes. Venir à l'Opéra dans un coupé « Brown » était presque aussi honorable que d'y arriver dans sa voiture privée ; et au départ on y gagnait de pouvoir grimper dans le premier « Brown » de la file, - avec une plaisante allusion à ses principes démocratiques, - sans attendre de voir luire sous le portique le nez rougi de froid de son cocher. Ç'avait été le coup de génie de Brown, le fameux loueur de voitures, d'avoir compris que les Américains sont encore plus pressés de quitter leurs divertissements que de s'y rendre.